Durante veinticinco años he trabajado como montadora de imagen. He montado anuncios, películas, videoclips, series, programas de televisión y vídeos corporativos. He perdido la cuenta de las horas que habré pasado en la sala de montaje decidiendo y debatiendo con directores, productores y realizadores sobre el trabajo de los actores y de las actrices. A la sala de montaje todo llega, los mejores y peores momentos de todos los procesos quedan almacenados en esos discos duros que son testigos de la complejidad de todo ese engranaje y también del oficio actoral.

Durante todos esos años aprendí muchas cosas importantes pero ninguno de esos fotogramas me pudo revelar la experiencia verdadera de actuar. Tuve que esperar mucho tiempo para saberlo. Tuve que dejar Madrid para darme cuenta de que mi lugar estaba al otro lado.

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Después de muchos días caminando y corriendo por las aldeas de Ames, de escuchar a los mirlos con mi padre, de escuchar el silencio casi absoluto... Un día tuve una revelación, como los místicos, pero no levité... 

...supongo que tenía que haber comido pan podrido.

No levité pero escuché una voz que me hablaba desde muy lejos, desde Coney Island, era Patti, Patti Smith. Metí unos centavos en la máquina de Zoltar y caminé unos metros más. Cuando me di cuenta estaba abriendo la puerta de Espazo Aberto, en Santiago de Compostela. Allí morí y después resucité.

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Como dijo la gran Concha Velasco “Mamá, quiero ser artista”.

Eso le dije a la mía cuando ya había cumplido los cuarenta.